Contacto
|
|
EL AJEDREZ ¿ciencia, arte, deporte, pasatiempo?
por Rafael Gamonal
Deliciosas aquellas polémicas encuadradas en el marco de una de las
primeras lecciones de cada asignatura, sobre si ésta era arte o
ciencia. En el encuentro, unas veces vencía aquél, otras éste, y no
pocas la cosa quedaba en "match" nulo, no porque se concluyese que
no era ninguna de las dos cosas, lo que hubieses puesta al
catedrático en posición difícil, sino porque se afirmaba que era
ambas.
El ajedrez pude ser enfocado desde este punto de vista. Pero la cosa
se complica más. A las dos esferas, ciencia y arte, que se empleaban
para hacer juegos malabares, se añade una tercera, deporte, y tal
vez una cuarta, pasatiempo, lo que provocará la caída de todas hacia
el pavimento de la perplejidad.
La ciencia explica las relaciones de causa a efecto. Si alguien se
da un golpe mortal, la ciencia médica le indicará que tal causa
tiene como efecto la obligación ineludible de morirse. El arte dicta
las normas a que hay que ajustarse para alcanzar un determinado
bien. Por ejemplo, si queremos pintar una habitación, nos asesoramos
de un pintor de primera medalla.
El deporte está definido por la Academia como recreación,
pasatiempo, placer, diversión por lo común al aire libre. Sobre esta
definición volveré más tarde.
El ajedrez pude entrar en cualquiera de estas nociones (salvando lo
de aire libre y sustituyéndolo por atmósfera de velada de boxeo o
incendio en selva tropical) y aun en alguna más que nos diera.
La creación artística es en ajedrez tan posible como en pintura,
música, etc. A lo largo de la partida viva, en los problemas, en los
finales y composiciones llamados artísticos tiene amplio campo donde
manifestarse... El conjunto de la partida o del problema ha de ser
un todo armónico. Puede que la reacción de que se trate tenga
errores que disminuyan su valor, pero que no anularán su
calificación genérica. Pasa como un sello de correos con un pico
roto. Está deteriorado y vale menos, pero no deja de ser sello.
Toda percepción de belleza requiere alguna preparación. La de la
naturaleza es la más fácil de captar. A todos gusta la Costa Brava o
la vista de la Alhambra. En cambio, para darse cuenta de los
atractivos de las negras llamadas del platillo hay que nacer con
ellas.
Comprender la belleza del ajedrez es aún más complicado. A mí me
recuerda las exhibiciones de los primeros ensayos del cine en
relieve. Al sacar la localidad daban con ésta a cada espectador unas
gafas con armadura de cartón (el precio de la butaca no era
excesivo) y por cristales unos papeles de celofán uno rojo y otro
verde. Durante el espectáculo, con las gafas caladas la ilusión era
en muchos momentos perfecta. En cambio, sin ellas no se lograba ver
más que imágenes duplicadas y borrosas que a los pocos minutos
producían dolor de cabeza. No pretendo insinuar con esto que para
percibir la belleza del ajedrez hayan de ponerse los espectadores
ignorantes unas gafas más o menos complicadas. Lo que es necesario
llevar son ciertos conocimientos, ya que sin ellos no se podrán
captar más que movimientos sin orden ni concierto. La opinión del
observador que carezca de ellos, no sólo será adversa, sino además
despectiva por esa saludable reacción humana contra aquello que no
se comprende. Un sordo no es la persona adecuada para saber si han
llamado a la puerta. El que no nos caiga la Lotería en la vida no
debe hacernos afirmar que no toca a nadie (aunque desahoga mucho).
El constipado encuentra siempre la comida insípida.
Quede, pues, en clara que el ajedrez es arte, aunque para aquellos
que no estén en condiciones de percibirlo sea un arte superfuturista,
e inapreciable. Dada la definición de deporte antes transcrita, está
bien clasificado el ajedrez en los periódicos que, sabiamente, se
ocupan de él. Ahora que con ello no hemos avanzado mucho, pues en el
concepto académico entrarían igualmente los toros, el observar
hormigueros o al ir a un mitin.
La masa entiende por deporte, poco más o menos, un ejercicio
saludable, que desarrolla nuestra fuerza o habilidad, y añaden si
son partidarios de él, que prepara a los individuos para actuar
mejor en las demás empresas humanas. El vivir actual hace tan
frecuente el empleo de la fuerza que el deporte tiene
justificaciones inconfesables: poder tomar el metro, no guardar cola
para adquirir cualquier cosa, etc. El ajedrez, en este sentido, no
tiene apenas qué hacer. Acaso un ajedrecista habituado al análisis
de posiciones complicadas podría indicar qué colocación es la más
oportuna para no morir estrujado por los animosos viajeros, pero en
el combate práctico no lograría éxitos apreciables. Mas la vida,
según aseguran muchos, tiene aún algunos, aunque pocos, sectores en
los que la inteligencia sirve para algo. Y como preparación par ala
lucha en esos círculos de relaciones el ajedrez puede ser como un
deporte intelectual.
Si hacemos sinónimos pasatiempo y pierdetiempo, el número de seres
que lo considerarían como "eso" sería astronómico. En primer lugar,
todas las casadas con aficionados al ajedrez, y después todos lo que
no son éstos.
Por todo lo expuesto, las felices conclusiones a las que llego son:
1º El ajedrez es Ciencia. 2º El ajedrez es Arte. 3º El ajedrez es
Deporte. 4º Su práctica no produce mayor perturbación que la de otra
especialización cualquiera.
A tales afirmaciones sólo se oponen: 1º Los hombres de Ciencia. 2º
Los artistas. 3º Los deportistas. 4º Los especialistas. Es natural
que yo asegure que no debemos hacer caso a todos estos actos, pues,
de lo contrario, habría que escribir que el ajedrez es un ¡qué se
yo!, y esto es muy duro para un tratadista de la materia. Quedamos,
simplemente, en que se le puede llamar de distintas maneras, como el
Bogavante (bomarus vulgaris), que se le denomina como usdedes no
saben, Lubigante, Lovigante, Extragante, Abacanto, Langosta francesa
y Loccaucántaro y, no obstante, siempre es el mismo "bicho".
Rafael Gamonal Michelena
|